domingo, 10 de febrero de 2013

CERTEZA



Abro los ojos. 
Tienes la mano extendida sobre la almohada, cerca de mi nariz. Aspiro el
olor del vello en tu muñeca y dejo que mis párpados vuelvan a cerrarse. 
Ahora soy muy pequeña, diminuta. 
Pierdo el equilibrio sobre un huesecillo de tu articulación y patino por el dorso hasta caer entre los pliegues de tus nudillos. 
Me deslizo suavemente por la piel de tus falanges, hasta tropezar con la superficie pulida de tus uñas. 
Me abro paso entre las yemas de tus dedos con cuidado, para no despertarte y me adentro en una gruta oscura. 
Miro hacia arriba y compruebo que no estoy escrita en el destino que auguran las líneas de la palma de tu mano. 
Y me quedo allí sentada, abatida, pensando que, en realidad, 
siempre lo supe.


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