Abro los
ojos.
Tienes la mano extendida sobre la almohada, cerca de mi nariz. Aspiro el
olor del vello en tu muñeca y dejo que mis párpados vuelvan a cerrarse.
olor del vello en tu muñeca y dejo que mis párpados vuelvan a cerrarse.
Ahora
soy muy pequeña, diminuta.
Pierdo el equilibrio sobre un huesecillo de tu
articulación y patino por el dorso hasta caer entre los pliegues de tus
nudillos.
Me deslizo suavemente por la piel de tus falanges, hasta tropezar con
la superficie pulida de tus uñas.
Me abro paso entre las yemas de tus dedos con
cuidado, para no despertarte y me adentro en una gruta oscura.
Miro hacia
arriba y compruebo que no estoy escrita en el destino que auguran las líneas de
la palma de tu mano.
Y me quedo allí sentada, abatida, pensando que, en
realidad,
siempre lo supe.
siempre lo supe.
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